Debiste ser más fuerte que yo,
pues olvidaste muy rápido
la fecha de caducidad
de mis malos hábitos.
Tú eras el peor de todos.
La carne rendida
a los pies sucios de una cama,
el plácido dolor
de un grito abandonado,
el cautiverio en forma
de dedos hundidos,
naufragando a tientas
en los resquicios negros
de la abundancia.
Y así,
sucumbí al abandono;
ese espacio blanco que separa
el perdón de la nostalgia.
La sopa de los bobos.
Que más puedo decir,
si estoy hablando solo.
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