Fue la necesidad
la que me dio alas
para negarte,
para jurar sobre todas
las Biblias,
que tú ya no eras
ese cristal de aumento,
invocador de letras grandes
y metáforas.
Sin dudar,
marqué tu densidad
con el triste amianto
de la cautela.
Y la muerte voló
pintada de mercurio
sobre las tardes.
Y abril cambió su puesto
a un diciembre subterráneo,
de lanzas y mecheros gastados.
Se agotó el saldo
de los cien instantes
y la luz,
marchó cojeando
en busca de otros ojos bonitos.
Fue la necesidad
la que disparó
el amor sobre la nuca.
Un tiro limpio
que aún resuena.
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