Cuando cesa,
el ruido no se agota.
Regresa a las gargantas
de los coches,
de los trenes en celo,
a las bocas de riego
que enseñan su virilidad
en las noches de agosto.
Y es que el ruido
no muere.
Es el ave Fénix
de un Madrid viviente
y poseído,
inventado en dos tardes
por un amante
que perdió su ropa
en la huida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario