Adoro la sinceridad pasmosa
de las rameras,
ese don inoculado,
vacuna preventiva
contra el mínimo indicio
de vulgaridad.
Ellas nunca terminan
las frases.
Ellas consagran su piedad
a las uretras
y a los faros halógenos
de las noches.
Seres conspicuos
que la Deidad bendice.
Acordaos de mi
cuando todo acabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario