Desposeído de toda
la belleza alquilada,
ávido en el poder
que le fue confiado
por los falsos teoremas,
el Hombre cobró vida.
A nadie preguntó
para escupir gusanos.
Ni tampoco pidió permiso
para usar el rojo destilado
de la sangre de otros.
Llegó sin más
y retorció cuellos.
Llegó sin más
y se orinó en las estatuas
de los héroes.
Llegó sin más
y al séptimo día
descansó.
Después,
comenzó un documental
lleno de justificaciones
y falsas liturgias
en el que se mostraba
el contenido íntegro
del suceso.
La ovación quedó sepultada.
Era evidente.
Nadie podía salir vivo
de la fosa.
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