En un orbe redondo,
girado en azafrán
y veinte hebras,
supe de tu existencia.
Yo dormía
en el punto cruzado
de las equis,
donde la curvatura
se venera.
Lugar privilegiado,
aspirado de entrañas,
devorado por todos;
oxidada coraza,
viva,
al fin.
Adiviné despacio
tu silueta,
y de mi oscuridad,
saqué a mojar mi lágrimas
y a recoger, sin prisa,
aquellos trocitos
de mujer desnuda
que se me habían caído al suelo
en un descuido.
Se aplastaron de arena
los relojes,
y el precio consumó
su magnicidio.
Yacías maniatada,
circular,
abierta de esperas
a mi antojo.
Y el presente fue grande,
almibarado,
decorado con un lazo
de lenguas y romero.
Ya no ero yo,
ni tú aquella cuchilla
llena de sinónimos
y cartas marcadas.
El amor se había ido
a conquistar
un cuerpo.
Miles de sugerencias y detalles dignos de ser esculpidos, como 2010. Una andadura que admiro desde ya...
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