miércoles, 7 de diciembre de 2011

LA VOZ DORMIDA

Que poco quedó dicho,
y que divinas letras
se agostaron.

Que amar de mil
sulfatos
apareció enganchado
en la ventana,
rebosando elixires
y trigales,
vivas mareas negras,
fotos en color sepia
y pan de manos.

Andaba sin cuidado
ni proyectos,
pues tan solo el sentir
era victoria,
la copa plateada,
un lunes por la tarde
con el musical sabor
de ella en la boca.

Carmín del alma
en su pecho
y ya los ascensores subían,
cambiando la prisión
de cinco pisos
por un abrazo largo
de Gustav Klimt
y las llaves de un luego.

Extintores arriba,
el fuego se comía
la ventaja muerto
de hambre:
de mí,
de ella,
de las camas deshechas
en un día sin prisa.

Era la voz dormida.
la  chispa extraordinaria
y vencedora,
la llama eterna
que aún perdura
y que nunca se olvida.

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