Era invencible,
no podía ni el aire
con sus gestos.
Volaba la insurgencia
devorando nubes
y palancas;
hundiendo todos los botones
del mundo
por alcanzar una partida extra
junto a ella.
El mar se supo dulce
al ver que de la sal
tu vientre se hundía.
La rendición.
El auriga sin rumbo
ni caballos.
Todos los días,
como un helado
de atrás y de relojes,
de excusas con frambuesa
y pizca de retraso.
Para aprender tus pasos.
Para ceñir mi letra
a tu espera sin orden.
Para trazar el plano
que en equis
te desvela.
Hoy prefiero escribir
a no tenerte cerca.
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