Sólo el placer inflama,
sólo él busca la brevedad
para ser prisión perfecta,
sin perro ni cadenas
que oxiden o ladren
sus temores.
Uno, dos,
cien insensatos
comparan su tristeza,
la ahorran en monedas pequeñas
con forma de accidente,
de gris casualidad
recién lavada.
Y yo les miro
gastando mis excesos,
cada uno de ellos,
en una fea mueca
de necesidad,
de ardor conmutativo,
de alarmas y sirenas
cada vez que estás cerca.
En la luz roja.
En las transparencias
de una puerta falsa.
Hoy, mi agenda está llena;
necesito verte
y la horas se baten
en retirada.
Sólo el placer inflama.
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