Dormito en las salidas
de socorro,
en las bocas de riego,
en las pausas cansadas
de un anciano.
Para que no me encuentres.
Tengo a mi sombra atada,
oculta en el filamento
de una bombilla ciega
que halló su redención,
regalando luz
a una melena rubia.
Para que no me encuentres.
El mantra del mendigo,
la absurda prohibición
de no morir
se manifiesta.
Un país de cartones
y Últimas Cenas,
del temor barato
de los mercaderes.
Para que no me encuentres,
he dejado al azar
toda mi herencia.
Lo has adivinado;
estoy en el único lugar
que sólo tú conoces.
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